Shakira
Creo que todavía no puedo recordar bien en qué momento me empezó a gustar Shakira. O tal vez sí. Estaba doblando las medias en el cuarto de mis papás, viendo MuchMusic en la televisión. Tenía unos 15 o 16 años. Shakira aparecía en la pantalla, cubierta de aceite de auto y moviéndose de una forma extraordinaria. Ya la había escuchado antes, ya conocía sus canciones, pero Fijación Oral Vol. 1 y 2 fue el punto de inflexión. Ese disco terminó de enamorarme por completo.
Siempre he valorado la música por su lírica, por las palabras que se imprimen en ella, por los sentimientos. En esa época, yo también me descubría como escritora de novelas de ficción romántica (bueno… fanfics de los Jonas Brothers). El amor era algo que quería alcanzar con palabras, y las palabras me parecían la mejor herramienta para lograrlo. Shakira apareció con canciones como Something, en la que comparaba el amor con Dios, algo que entendí años después. How Do You Do? me deslumbró con sus preguntas existenciales, y Hey You me divirtió en mis clases de inglés, aunque mi teacher me advirtió que la canción era “para mayores de 18”. No entendí en ese momento, pero fue un gran descubrimiento después.
Shakira me inspiró a escribir y a sentir lo que escribía. Quería que mis lectores sintieran lo mismo que yo cuando escuchaba sus canciones. Podría decirse que ella sembró en mí la locura de crear historias de amor.
Ahora estoy aquí, en una fila interminable para verla en vivo. Son las 17:00, la sensación térmica marca 38 grados, los vendedores gritan “¡agua fresca!” y en la televisión ya pasaron a los fans que esperan desde las 8 de la mañana. Yo acabo de llegar. Ya no estoy para estas cosas, pero la emoción del concierto se siente en el aire. Hay chicas vestidas como en Las de la intuición, con sus pelucas moradas, gente con remeras de Shakira y hasta algunos atrevidos que recrearon el look de Suerte con cuero ajustado, a pesar del calor. No los juzgo. La idea era vestirse como Shakira, y lo lograron.
Antes de salir de casa, me preguntaba por qué no me sentía emocionada. De hecho, ni siquiera tenía ganas de ir. Estaba cansada, abrumada, desanimada. Pasaron muchas cosas que aún tienen mi cabeza perturbada. Pero hablé con una amiga y me dijo: “Si estás ahí, no podés no ir”. Y tenía razón. No podía no ir. Recuerdo la emoción que sentí cuando me enteré de que Shakira venía a Argentina, de que tenía, por fin, la posibilidad de verla. Fue una victoria que hasta celebré con mi terapeuta.
Y ahí estaba yo, pensando “mirá de quién te burlaste cuando decías que no merecía esto”, mientras saltaba en medio de la multitud y veía a Shakira entrar al escenario con su equipo, envueltos en lo que parecía papel metálico, para cantar La Fuerte.
¿Cómo explicarlo en palabras? Shakira es hermosa y es una fuerza de la naturaleza. Su baile es hipnótico, su energía te envuelve. Pensé que iba a llorar, pero al principio solo lo disfruté. Sin embargo, no pude evitarlo cuando llegó Hips Don’t Lie. Verla moverse, verla hacer esos gestos tan característicos, fue demasiado. Y no solo por ella, sino porque esa canción me recordó muchas cosas: cuando la escuchaba en la televisión, cuando mi vida parecía balanceada, cuando todo era simple.
El setlist fue una sorpresa. No sé si fue el destino o qué, pero incluyó dos de mis canciones favoritas, canciones que tranquilamente podrían haber quedado afuera: Don’t Bother y Poem to a Horse. No puedo explicar la emoción de escucharlas en vivo. Fue sublime. Poem to a Horse sonó increíble, y todavía lo sigo procesando. Te juro que lo estoy gritando ahora.
Shakira es, y siempre será, una fuente de inspiración para mí. Me da ganas de seguir empujando en esta vida, de seguir creando historias, de no rendirme. Gracias, Shakira. Gracias a ustedes por leer. Y ojalá siempre encontremos a alguien o algo que nos inspire: una canción, un amigo, una palabra de mamá. A veces, eso es suficiente para no caer en el abismo. Y creo que por eso las palabras tienen tanto poder. Porque nos sanan y también nos pueden matar.