Entre nudos y susurros
Mi lado kinky anda encendido estos días y, a decir verdad, no me aguanto. A veces ni siquiera la escritura logra sacarme de esta sensación, de estas ganas de atar a alguien, de detenerlo contra mi pecho, de decirle lo bonita —o bonito— que se ve cuando se deja llevar por el deseo. Pero sobre todo, cuando se deja llevar por mí.
Ese calor que arde en la piel.
El color que deja el cáñamo sobre su piel llena de lunares.
El salpicado de pecas en su pecho, desdibujado por el rojo abrumador de la pasión que se agita justo ahí.
Tenerlo así, todo amarrado y pensando en mí, no solo enciende mi cerebro. Hace que mi cuerpo entero se entregue. No existimos fuera de ese espacio, de esa burbuja que armamos. No existimos más que en ese instante, en esas horitas de juegos. No existimos más que entre nudos y susurros.
Y que alguien me explique por qué me siento así. Por qué descubrir esto se siente como si saliera de un cuento mal escrito o de una narrativa con demasiado smut. ¿De dónde saqué la idea de que someter a alguien podía darme tanto placer? Es como si algo se hubiera apoderado de mí. Quizás debería buscar más de Dios. Pero… si puedo amarte de esta manera y vos podés hacer lo mismo por mí, ¿no estaremos encontrando ahí al mismísimo Dios?
Y no pienses que toda esta locura se desata sin palabras, sin acuerdos. Todo esto se habla, se pacta. Porque, ¿qué más quisiera yo que te entregues, voluntariamente, a mi sadismo disfrazado de ternura? Detrás de unas gafas coquetas y una sonrisa pícara que destila inocencia.
¿Qué más quisiera yo que te deleites con cada roce de estas cuerdas sobre tu piel, con cada nudo que trazo con devoción, desde tus pies hasta tus caderas?
Pero todo esto sigue siendo un secreto.
Quizás un deseo tonto, uno que no tuvo sentido… hasta aquella vez en que te probé.
Cuando te dejaste llevar.
Cuando, por fin, se rompió ese sello contenido durante tantos años.
Y ahí lo entendí.
Sentí cómo mi cuerpo vibraba al mismo ritmo que el tuyo. Sin tocarte demasiado.
Solo con tenerte atada, contra mí, con mi boca en tu cuello y mi mano entre tus piernas.
Tu suspiro entrecortado, cruzando por mi mente.
El dulce sabor de la sal en mi lengua.
Pero se terminó.
Y no volvió a pasar.
Y ahora estoy acá.
Con esta abstinencia pegada a la piel.
Con la agenda vacía.
Porque aún no encontré a nadie que quiera acompañarme…
en esta locura.