Let’s get kinky
Hace unos meses navegando por la web o mejor dicho boludeando por instagram me encontré con algo que me viene llamando la atención hace años, cuando digo años debe ser fácil unos 10 u 8 años, pero siempre se queda en el tintero o es muy raro blah blah blah.
El shibari, el bdsm y los juegos de rol han estado en mi cabeza por bastante tiempo, he conocido un par de personas que se animaron a probarlo conmigo, lo cual fue genial y pude experimentarlo, pero más allá de algunas cositas simples nada se compara con lo que viví el mismo dia que llegue a la ciudad de Buenos Aires.
En este nuevo re-descubrimiento, porque es verdad, después de una relación frustrada de cinco años, donde la otra persona era el centro de mi vida y yo me olvide de mi. Empecé un camino de volver a mi, volver a los orígenes, volver a ser la persona, por ejemplo que renueva sus entradas en este blog (que espero que siga haciendolo con mas continuidad), tengo una nueva vida, muy linda por cierto con nuevos hábitos y es como que todo se centra en mi y eso hace que sea fácil de sobrellevar y me gusta, es mas me encanta! tanto que dudo mucho si tener alguna pareja alguna vez, pero bueno, se verá más adelante. Sigo en mi proceso de terapia que me permite practicar placeres, pero no compromisos. Gracias a Fede (mi psicoterapeuta) Dios bendiga este ser humano que me ha ayudado un monton, cada centavo lo vale! y lo digo en serio.
Me topo hace un mes con una página en instagram Kinky Vibes, me pongo a ver que onda la pagina, tiene algunas charlas, cursos, articulos para vender y tambien hacen eventos. Mi plan de viajar a Buenos Aires fue gestado en octubre del 2024 cuando salieron a la venta las entradas de Shakira, el plan era simple, quizás estar en BsAs unos tres o cuatro días. El plan cambia cuando los pasajes de avión son mas convenientes en un lapso de diez días. Un dia antes de viajar, vuelvo a consultar esta página de Kinky para ver que onda si habia algun taller o algo que pueda ir a curiosear y allí estaba, lo vi creo que el jueves por la mañana o el miércoles en la noche, me lo cuestione varias horas, un evento pago de 30 personas, la idea era experimentar BDSM, shibari entre otras prácticas fetichistas, un juego. Entonces dije “la vida es una sola” y compre mi entrada, averigüe qué tan cerca quedaba de donde estaba, al principio me desanime, pero después dije “si vivi en una ciudad como Córdoba, que dentro de todo es grande como no me voy a saber mover en colectivo por Buenos Aires” entonces VENGA QUE REAFIRMO MI COMPRA!
Me tomé el colectivo que me marcaba la app, estaba como 25 paradas de donde tenía que llegar, sentadita escuchando mi playlist de Shakira. Fue hermoso, porque estaba atardeciendo y pase por lugares icónicos de la ciudad, la calle Corrientes, el obelisco, la casa rosada. Llegue puntual al evento. Nos dieron un panfleto donde se explicaban algunas cosas, yo me puse a charlar con gente de por ahí, preguntando cosas.
Procesando…
Todavía lo estoy procesando. Hay algo en la manera en que los cuerpos se encuentran, en cómo el deseo y la entrega toman forma en gestos, miradas y silencios cargados de significado.
Me crucé con Valeria. Un chico que usa el pronombre ella. Llevaba una camisa negra, una falda de tablas a juego y un arnés que complementaba su estética impecable. Su voz era profunda, masculina, pero su piel y sus rasgos tenían una suavidad etérea. Me acerqué con una frase simple: “Me gusta tu falda, es muy linda”. Sonrió y me devolvió el cumplido con un comentario sobre mi cabello.
Hablamos de fantasías, de lo que nos mueve, de lo que nos intriga. Valeria quería ser atada. La conversación fluyó hasta que nos encontramos con Nico, era una chica, que quería que lo llamen Él. En algún momento, Nico le confesó a Valeria su deseo de ser atado, y sin dudarlo, Valeria sacó una soga de su bolso. Ahí comenzó todo.
Pedí permiso para observar. Elles dijeron que sí.
Fascinación es la única palabra que puedo usar para describir lo que sentí. La forma en que Valeria cuidaba cada detalle, asegurándose de que cada nudo fuera preciso, de que Nico se sintiera cómodo. Nico, entregado a la sensación, confiando. El juego ocurría en un vaivén de miradas y preguntas suaves: “¿Estás bien?”. Luego, los abrazos, la proximidad, la calma después de la entrega. Valeria acariciando a Nico antes de desatarlo, cuidando su regreso al mundo. Fue un éxtasis visual, un momento digno de admirar.
Después apareció Bella. Masculino, de cabello largo, con lentes. Me preguntó si quería jugar a las luchitas. Me preguntó también qué estaba buscando. Le conté mi interés por atar a alguien. Me dijo que le gustaría ser sum. No hubo más que hablar.
Las luchas fueron divertidas. Hubo contacto, roce, fuerza, risas. Más tarde, en el sótano, lo até con esposas. Usé una cadena en su cuello, tirando de ella con control. Le dije lo hermosa que se veía en ese instante, aunque si lo viera por la calle, quizás ni lo pensaría.
Le dije cosas que me hubiera gustado escuchar a mí. Tiré de la cadena acercándolo a mí y murmuré: “Qué bonita que sos”. Besé su cuello con delicadeza, dejando que el sonido de mis labios marcara el momento. Después, el flogger. Golpecitos suaves. El contraste entre dulzura y dominio.
Ahora que lo escribo, las sensaciones regresan.
El sonido del poder (mi experiencia, mi primera vez) #
Hay algo en la textura del cuero, en el frío del metal, en la manera en que una simple cadena puede convertirse en un puente entre control y entrega.
Atarlo fue un acto meticuloso, casi un ritual. La cadena pasaba por el prendedor de su cinturón de cuerina, y al tirar de ella, el sonido se volvió una sinfonía en mi oído: tac, tac, tac, cada eslabón deslizándose con precisión. Ese sonido me erizó la piel. Fue en ese instante cuando lo sentí con claridad: el dominio en mis manos, el poder absoluto en cada movimiento.
Tiraba de la cadena, acercándola a mí, y ella respondía. Ese juego de fuerzas, de tensión y rendición, me envolvía por completo. La azotaba con el flogger, sintiendo el impacto recorrer su piel. Cada beso que le daba era un contraste con la intensidad del momento, un anzuelo que la mantenía atrapada en la expectativa.
Y justo cuando el deseo se estaba consolidando, cuando ella pensaba que recién comenzábamos, la miré y le dije, con una calma absoluta:
“Bueno, ya no tengo ganas de jugar más. Se terminó el juego.”
Y empecé a soltarla, a deshacer lo que había construido, a arrancarle el control que creía que tenía sobre el momento.
Dejarla así, con el deseo de más, con el vacío de lo inconcluso, fue exquisito. Me encantó.
El mundo se borró #
Charlamos un poco más, dejando que la tensión latente entre nosotras se asentara, como si ambas supiéramos que la pausa solo era el preludio de algo más intenso.
La volví a atar, pero esta vez, de espaldas. Sus manos quedaron sujetas en la espalda, la cadena rodeando sus brazos y su pectoral, ajustándose alrededor de sus muñecas. Tiré de la cadena, observando cómo los eslabones se hundían en su piel, dejando marcas tenues que hablaban del control, de la entrega.
La acerqué a mi cuerpo, sintiendo su respiración entrecortada, la tensión en sus músculos, el modo en que su piel respondía al roce del metal y al peso de mi control sobre ella. Algo en este juego nos gustó más. O al menos, le gustó más. Se hacía evidente en sus gemidos, en la desesperación con la que se abandonaba al momento.
Seguía vestida con su ropa interior, pero su excitación era visible, innegable. Me gustó verla así, atrapado en ese espacio entre la vulnerabilidad y el deseo. Mientras la sostenía contra mi pecho, tirando con la cadena, dejé que mis labios recorrieran su cuello, dejando besos suaves, palabras bonitas susurradas al oído, mordiscos en su oreja que la hicieron temblar.
En un momento, me susurró un deseo:
“Apriétame los pezones.”
¿Cómo resistirme?
Se sentía loco, revelador. Como si todo lo demás se hubiese desvanecido y solo quedáramos nosotras, envueltas en ese juego, en ese intercambio de placer y dominio. La alfombra bajo nosotras era el único ancla a la realidad.
Fue maravilloso.
La noche que existió y no existió #
Después de todo, después de la adrenalina, de la tensión, de la locura, vino algo que no esperaba: el aftercare.
Abrazos. Masajes. Preguntas suaves en el oído: ¿Cómo te sentís?
Ella apoyó su cabeza en mi pecho y me dijo que mi corazón latía fuerte. ¿Cómo no iba a hacerlo? Algo se había encendido en mí. Algo que no podía ver, pero que estaba ahí, vibrando en la química de mi cuerpo.
Hubo calma después del fuego.
Y aunque todo había sido perfecto en su intensidad, hubo un detalle que no pude ignorar. Ojalá no oliera tanto a sudor. Quizás si no fuera tan sensible a esas cosas, la noche habría rozado lo sublime. Pero aun así, nada podría borrar lo que pasó.
Fue una noche kinky, de esas que dejan huella en la piel y en la memoria. Una noche en la que pasaron cosas… y quizás no. Porque si nos cruzamos en la calle, solo quedarán sonrisas cómplices, pequeñas luces de un secreto compartido. O quizás nunca más los vuelva a ver.
Ni a Bella.
Ni a Vale.
Ni a Nico.
Ni a las dos chicas con las que hablé.
Ni a la gordita de la linda camisa.
Y eso es lo que lo hace tan fantástico. Y tan poco real.