Domingo de Ramos y otras líneas temporales

Hoy es Domingo de Ramos.
No soy muy religiosa últimamente. Antes sí lo era. Demasiado.
Hubo un tiempo en que hasta se me cruzó por la cabeza ser misionera, predicadora.
Quizás, en otra línea temporal, lo fui. Una Estefanía con esposo gringo y niños rubios, viviendo en algún lugar del Medio Oriente, escapando de la guerra pero confiando en Dios.
Sí, así de trágica me la imagino. Porque así de loca estaba.

Esta entrada, más que religiosa, es reflexiva.
Esta semana todos me contaron que se iban a “Punta”…
Y no es Punta Cana ni Punta del Este: es Punta Corral, donde está la Virgen.
Quise escribir de eso, porque a mí nunca me llamó la atención.
Fui con mis abuelos alguna vez. También con mi papá.
Pero nunca subimos al cerro.

Y subir es LA promesa.
El sacrificio.
El acto.

Entre 5, 10, 15 km o más, dependiendo desde dónde se parta.
El objetivo es subir.
La recompensa: llegar.
El camino: duro.
Pero lleno de fe.

Yo no pensaba la religión así.
Nunca creí que por sacrificarte Dios iba a cumplir tus caprichos.
Sé que a veces no son caprichos, que hay pedidos serios, pero igual…
Para mí, Jesús dio su vida, y eso fue todo.
El sacrificio está hecho.
El cordero ya fue inmolado.

Y sin embargo…
Hay algo que late dentro nuestro.
Una necesidad de dar para recibir, de ofrecer algo a cambio de algo.
Una necesidad de transpirar, doler, caminar, para luego sentir la satisfacción del deber cumplido.

Y eso…
eso lo entiendo.
Eso me parece profundamente humano.

Porque el sacrificio también nos imprime de fuerza.
Nos conecta.
Nos da dirección.
Y creo que eso es lo que sienten los que suben a esa montaña: no solo cansancio, sino sentido. Un camino que, por fin, conduce a algo.

Yo nunca subí.
Nunca sentí ese aire atravesando mis pulmones ni escuché las piedras rodar bajo mis pies.
Pero admiro profundamente a quienes lo hacen.
A quienes lo viven como agradecimiento, como plegaria por un ser amado, como acto de amor.

Porque al final, todo se trata de eso.
De amar.
De darnos por alguien o algo que amamos tanto…
Como el sacrificio en la cruz.
Por amor.

Y eso, incluso en mi cabeza ya no tan religiosa…
me sigue pareciendo increíble.

 
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