Borradores

Tengo un draft.
Este blog te permite guardar borradores. Escribir y dejarlos ahí, esperando.
Este se llama Destino.

Lo escribí en pandemia. Era otra Estefanía, muy distinta a la de ahora. Pero con la misma esencia.
En una parte dice:

“Pensé entonces: quizás fue el destino que me trajo hasta él.
¿Y si fue Dios? Wow, eso sería increíble.
Tendría mi historia de amor, como esas que escuchaba en predicas, las que yo también quería.
Porque sí, un día le dije a Dios:
‘Señor, yo quiero de esas historias de amor. Como la del pastor Corson, que supo que Rocío iba a ser su esposa.’
O como esos que sienten que el Señor los une desde antes.
Y es que este viaje es cortito. Somos diminutos en este planeta.
Tener a alguien a tu lado, y tenerlo hasta el final, debe ser algo maravilloso. Ver a alguien crecer con vos. Amar en el tiempo.”

Evidentemente, todo terminó mal.
Pero a lo que voy es esto:
Yo creía en el destino.
Y aún lo creo.

Creía que Dios juntaba personas, como en esa historia de los Corson.
Se miraron, y se reconocieron.

Y si existen las líneas del tiempo múltiples, si hay multiversos, si el tiempo no es tan lineal como creemos…
Entonces quizás ya estábamos escritas.
En algún rincón del destino.
Vos y yo.

Hoy pensaba en los arcos que se cierran. En los círculos que se completan.

Hace unos días, estaba en una cafetería cerca de casa, escribiendo sobre una historia de amor.
Tenía una semana intensa, llena de sorpresas.
Y entonces, una más llegó.
Una que me conmovió el corazón.

Y ahí apareció otra vez el destino.
Ese que atraviesa.
Ese que me hace pensar: quizás ya nos conocíamos.
Quizás esa chispa que sentí un día no estaba tan equivocada.

Y sí. A veces hay que atravesar caminos duros, rotos, tortuosos… para llegar a este lugar.

Tal vez el Dr. Strange no era un romántico empedernido, pero tenía razón:
en todos los universos iba a amar a Christine.
En todos los universos se iban a encontrar.
Y se iban a reconocer.

Ya sé, es ficción.
Pero es una ficción que me gustaría vivir.

Me gustaría decirte que nos reconocimos.
Cuando nos leímos.
Cuando nos escribimos.
Cuando derramé mi alma entera en unas palabras.
Cuando te dije que me gustabas… sin siquiera decirlo.
Cuando susurré amor entre renglones que solo vos podías leer.

Y como decía en ese viejo draft:

“No reclamo a esa persona para mí. La amo mucho, pero siempre recuerdo que es libre.”

Pero cuando esa persona se fue… no lo tomé tan bien.
Nos fuimos de formas horribles.
De esas que nadie desea.
Y así se terminó lo que creímos era destino.
Nos hicimos tanto daño que ya no quisimos vernos más.

Hoy soy más consciente.
De no apegarme así.
De soltar.
De amar sin necesitar que el otro me pertenezca.
De sentir el cosquilleo en el alma… y dejar que eso sea suficiente.

No quiero tenerte.
No quiero que seas mía.
Quiero que te pertenezcas.

Y desde acá, mirarte.
Crecer.
Ojalá encontrar a alguien que te quiera.
Que se anime a decírtelo.
Que sea tu destino.

Que sea todo eso que yo no puedo ser.

Pero…
¿y si no es así?
¿Y si yo sí soy tu destino, y vos el mío?

Y ya lo veo a Dios, riéndose bajito, de nuestros deseos despistados.
De nuestras escrituras pensadas entre ráfagas de trabajo, entre acuarelas mal secas y paisajes rotos.

La distancia se burla.
Vos allá.
Yo acá.
Y aún así, te reconozco.

Por eso ese cosquilleo aquel día no fue solo eso.
Fue un quiebre en la línea temporal.
Fue un corte en el universo.
Para que te pueda reconocer.

 
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